Monseñor Pedro Pablo Elizondo Cárdenas
1. Templo
de Jerusalén
Cuando entra Jesús en
el templo de Jerusalén su ira sagrada se enciende y entonces hace un látigo de
cordeles y se pone a expulsar del templo a todos los vendedores con todo y sus
ovejas y bueyes; a los cambistas les volcó las mesas y les tiró al suelo las
monedas y a todos les dijo: “No conviertan la casa de mi Padre en un mercado”.
El templo de Dios es sagrado, es el lugar donde habita la divinidad. El templo
es el lugar privilegiado para el encuentro con Dios, para darle culto,
adorarle, bendecirle y darle gloria. Por eso, debe ser un lugar digno, limpio,
bello, acogedor y apto para la oración, adoración y silencio. Ahí el alma
encuentra la paz y el consuelo de la presencia de Dios, ahí el alma se
alimenta, se fortalece y se llena de la luz que emana la presencia divina. Por
eso, debemos observar el máximo respeto sobre todo en los momentos de la
celebración sagrada. La liturgia de la Iglesia nos enseña los ritmos, las palabras,
los silencios, los cantos y los rezos que acompañan nuestra oración al Padre,
al Hijo y al Espíritu Santo. Por eso, no podemos hacer de la casa de Dios un
tianguis, un mercado. La casa de Dios merece todo el respeto, la veneración y
la reverencia que se merece Dios.
2. El
templo de Cristo.
Con la llegada de Cristo,
la majestad, suntuosidad y belleza del templo de Jerusalén pasa a segundo término, porque Jesús es el
nuevo templo vivo y verdadero. En su cuerpo habita la plenitud de la divinidad
y la prueba de ello fue su resurrección a los tres días de su muerte “destruyan
este templo y en tres días lo reconstruiré”. Él hablaba del templo de su
cuerpo. Desde ahora los que quieran encontrarse con Dios, ya no necesitan ir al
templo de Jerusalén sólo necesitan invocar el nombre de Jesús, leer su palabra de
vida, escuchar su voz de buen pastor y recibirlo en la Eucaristía y en los
sacramentos. Encontrarse con Jesús es encontrarse con Dios. Un Dios mas
cercano, mas real, mas vivo, pues la palabra se hizo carne y habitó entre
nosotros. Si queremos ir al Padre, el camino seguro es Jesús. “Nadie va al
Padre si no es por mí”.
3. El
Templo de Dios es Santo, y ustedes son ese Templo
Cuando la mujer
samaritana le preguntó a Jesús, si podían adorar a Dios,
no solo en Jerusalén, si no en el monte Garizín, Jesús le respondió: “llegó la
hora, en que los verdaderos adoradores, adorarán a Dios, en espíritu y en
verdad”. Ha llegado la hora en que Dios quiere habitar en nuestros corazones
por medio del bautismo. El nuevo y verdadero Templo de Dios es nuestro corazón
y ahí en la interioridad es donde debemos alabar, bendecir y adorar a nuestro
Dios. No debemos convertir el templo de nuestro corazón en un tianguis lleno de
basura, algarabía, regateos y toda clase de mercancías. El Templo de Dios es
Santo y ese Templo de Dios es cada uno de nosotros. Somos Templos del Espíritu
Santo. Por eso debemos mantener nuestro corazón limpio, digno, en paz y en
silencio; lleno de fe, esperanza y amor de Dios. “Este Pueblo me honra con los
labios, pero su corazón está muy lejos de mí”. La cuaresma es tiempo de
conversión. La cuaresma es el tiempo propicio para purificar nuestro corazón y
para adorar al Señor en Espíritu y en verdad.
+ Monseñor Pedro Pablo Elizondo Cárdenas
Obispo de la Diócesis de Cancún Chetumal
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